lunes, 7 de noviembre de 2011

Algún día contaré mi experiencia, y no mi sueño

Texto con acción, práctica de "Redacción periodística":

Su reloj marcó las doce de la noche. Teóricamente comenzaba el día tan esperado para bien o para mal. Los nervios le carcomían. Daba vueltas por toda la casa, y la incredulidad protagonizaba sus sentidos más hiperactivos y efervescentes. Dormir era la última idea que pasó por su cabeza, y, de hecho, llegó al concierto con media hora de sueño y tres tilas y media que no lograron calmarle.

Salió sonriente, con sudor frío pese al calor sofocante de los focos que le apuntaban y a los gritos alentadores de unos aficionados ardientes en deseos de escuchar a su grupo favorito. Se sentó. Pensó que extrañamente era el dueño de otro cuerpo, pero a los pocos segundos decidió demostrar que era el mejor. Se apoderó de las baquetas como si su vida dependiese de ellas, al menos su carrera profesional sí. Parecía estar hasta arriba de pastillas, pero la energía la sacó de su amor a lo que hacía y le dio el mejor ritmo que nunca otorgaría a sus canciones.

El "solo" fue excepcional. Las luces se encendían y apagaban, cambiaban de colores. El público acompañaba con palmas. Seguramente alguna lágrima se escapara para acompañar a su obra. Lo vivió.
Al terminar, la satisfacción que había conseguido inculcar en la explanada abatió su tierna capa de sensibilidad y rompió a llorar. No pudo evitarlo. Sin embargo, al día siguiente, su declaración despejó las dudas:

"Es una sensación inolvidable, gratificante. He hecho feliz a mucha gente, pero esa gente me ha hecho más feliz a mi".

Sexo, drogas y rock 'n' roll. Ya es suyo el lema.

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