La capacidad de reírse de los propios problemas podría ser la nueva contrarreforma que revolucione las nuevas terapias psiquiátricas de cuatro personajes tan desdichados y deprimentes pero a la vez entrañables y divertidos. La música de un karaoke recóndito y sumido en los suburbios será, en la obra, la mejor medicina para ahogar sus penas. A las órdenes de Juan Luis Iborra resistirán Ángel Pardo, Elisa Matilla, Juanjo Artero y Pepa Rus.
La obra de teatro aborda unos temas tan trágicos y desesperados que lo último que cabe esperar es la elección de una comedia como género para representarla. ¿Os parece que es una idea del autor un tanto atrevida?
-(Ángel) Yo creo que la risa sale, precisamente de esas situaciones, ¿no? O sea, yo creo que todo el mundo en la calle se ríe de los problemas de los demás, y, entonces, ese es el tema donde el autor nos quiere llevar y estamos absolutamente de acuerdo con él.
¿Creéis que el humor en estos casos es un apoyo para salir de esa tristeza?
-(Elisa) Existe una misma manera de tratar un problema mediante el drama y mediante la comedia. Esta última es una pastilla más suave pero no menos efectiva para los problemas o para contar una historia.
-(Ángel) Yo diría, además, que las grandes risas se hacen en los momentos más dramáticos. Por ejemplo ¿quién no ha estado nunca en un velatorio con un muerto querido y te has terminado riendo a carcajadas?
Esto el público lo ha visto bien, ¿no? La obra, y pese a la crisis y que el teatro no es una actividad que se le pase por la cabeza a mucha gente, el teatro lo llenáis, ¿no es así?
-(Ángel) Claro, de hecho, si no, no estaríamos aquí (risas).
-(Elisa) Sí, la gente quiere reírse y es perfecto cuando a ellos les parece que se están riendo de algo muy lejano y distanciado, es su papel, el de público pero que en el fondo saben que no se están riendo de otras personas, sino que se están riendo de ellos mismos.
Como actores que sois, la opinión mayoritaria abarca en un vuelco total hacia al teatro más que a la televisión. Son ensayos constantes, representaciones los fines de semana, el riesgo del directo, etc. ¿Por qué preferís esto?
-(Ángel) Lo sabes perfectamente, el directo conlleva una responsabilidad muy especial que cuando sale bien, que es lo que hacemos nosotros todos los días, hacerlo bien (risas) significa haber trabajado y sentir ese calor que el público te está dando. Es el público el que hace cambiar las funciones cada día y donde esté el directo que se quite todo.
Más sobre el destinatario de una obra. ¿Para vosotros qué es un buen público?
-(Ángel) Un buen público depende de una línea. Un día decimos: Hoy el público no está como debiera, a lo mejor somos nosotros los que no estamos como debiéramos. Hay públicos más festivos, dependiendo del día, es decir, hay público de miércoles, hay público de sábado, de domingo, etcétera. Un buen público es el que cierra la función. El que sabe estar en silencio en los momentos donde hay una pausa dramática, el que sabe reírse, y se ríen todos a la vez, ese es el buen público. Hay veces que se ríen cuatro en un sitio, pero cuando se da la comunión que se tiene que dar entre el escenario y l patio de butacas y entonces abrochan. Por ejemplo, nosotros cuando acabamos con la canción del “Resistiré”, hay veces que tardan como dos o tres segundos en aplaudir. Luego hay veces que el aplauso y los “bravos” son mucho mejores que otros, pero cuando yo concluyo la canción y dejo sonar, la gente culmina sus aplausos. Ese es el público que buscamos.
ELISA MATILLA, has trabajado en 14 películas con autores bastante diferentes a la hora de trabajar. ¿Algún director en concreto que te guste su manera de trabajar y con el que estreches buenos lazos?
-Te voy a hablar de Juan Luis Iborra, que está directamente relacionado con mi curriculum y yo con el suyo. Nos entendemos mutuamente, hemos hecho cuatro películas y la verdad es que nos llevamos de maravilla.
¿Alguno con el que no hayas trabajado y te gustaría?
-Me gustaría mucho trabajar con José Luis Cuerda, me parece un director encantador. No le conozco personalmente pero sin duda le elegiría a él.
ÁNGEL PARDO, se te conoce especialmente por los personajes que interpretaste en televisión en las series Farmacia de Guardia y Hospital Central, “Chencho” y “Rusti”, respectivamente. ¿Cómo ves que la televisión oculte, en parte, personajes en teatro más elaborados y con mayor mérito de interpretación?
-Bueno, yo creo que la televisión quita ese papel oculto sobre todo para la gente que no va al teatro, pero por ejemplo, la gente que suele ir de pronto vas por la calle, te paran y ya te esperan lo que te van a preguntar, si tú eras el Rusti, el Chencho, porque han sido tan populares, pero no siempre, de pronto hay alguien que te para y te dice yo te vi en María Guerrero a las órdenes de Lluis Pascual trabajando en “El Público” de Lorca o en Madre Coraje también, etcétera. Entonces, la televisión está muy bien para esa popularidad y también para que mucha gente que no acude al teatro, cuando ve rostros famosos le sirva para acercarse al teatro.
-Es complicado ya que, en cada etapa, según el personaje, el muro que tienes que escalar para llegar arriba es siempre el mismo. Hay personajes que han nacido solos de una manera más natural y con menos sufrimiento, pero uno de los personajes con los que más sangre, sudor y lágrimas y era con el director de “El comisario”, un personaje que me encanta y me encantaba, salió en "Mirando hacia atrás con ira", un personaje que se llevó un trozo de mí porque yo estaba agotado, (risas). Otro personaje de una obra de John Osborne también me costó mucho.
Aprovecho para preguntarte por la división de competencias entre los responsables de una obra. Es cierto que los personajes de una obra son creación del autor. El director, como tal, da las directrices de cómo debe llevarse a cabo la obra. Y el actor, dentro de sus límites, ¿puede ofrecer su opinión y aportar detalles o formas en las que se desenvolverá en el escenario?
Sí, siempre. Además, el director tiene la obra clara. Alguna vez me ha pasado que el director íba en contracorriente de lo que yo veía. Yo confío en el director, porque es su trabajo, pero en ese momento yo no lo veía claro de ninguna manera y, en muchas ocasiones, el director me ha dado la razón. Esto puede parecer muy prepotente pero está claro que el límite es del actor. La obra es siempre del director en su conjunto, pero el personaje pertenece al que lo interpreta.
PEPA RUS, has sido la última en incorporarte a la obra una vez ya estrenada. ¿Esto te ha implicado algún tipo de esfuerzo para seguir el ritmo del resto de actores?
Sí, claro. Primero el esfuerzo de aprenderte la obra en tres días y luego claro, se trata de adaptarte lo más rápidamente posible. Normalmente hay un proceso de ensayos que yo no lo he tenido, la única prueba ha sido directamente con el público. No ha habido ninguna presión desde fuera más que la meta que me he propuesto yo y con el apoyo de mis compañeros.