jueves, 3 de mayo de 2012

El niño de la bicicleta


Los odiamos, pero nos defienden, aunque también atacan. Los llevamos encima, nos engañan, nos cautivan, nos aciertan, nos equivocan, los prejuicios.



Se escapa del centro de acogida. Su inocencia no sabe que se ha ido para siempre, o la necesidad de cariño no quiere reconocérselo. Cyril corre delante del director y tras la estela de su padre al que pretende encontrar en su piso, abandonado. En el mismo edificio, y agarrándose fuertemente a ella, conoce a Samantha, una peluquera que cae rendida a los encantos de ese chico de 11 años que va rasgando con las uñas que le quedan cada trocito de familia. Ella encuentra su bicicleta, un bonito recuerdo, un regalo, y encuentra un espacio en su casa donde Cyril puede pasar los fines de semana sin necesidad de darse a la fuga. Pero no lo consigue. 
El pequeño sigue tras la busca de su padre siguiendo inteligentemente el rastro que pudo haber dejado, hasta que da con su paradero. Llega el momento en que el nerviosismo, la pasión y el esfuerzo no dejan espacio a los latidos de un corazón tan joven. Si alguien te da la vida, son tus padres, la familia. El corazón de 11 años explota al oír: “No volveré a recogerte”, “no volveré a llamarte”. Desolador. El mundo pesa más cuando te quitan las ganas de escaparte y recorrer largas distancias solo para que te den un abrazo, pero Cyril tiene hambre de esperanzas y continúa en busca del calor de alguien que le quiera. 
Wes es uno de los traficantes del barrio que busca mentes ignorantes a las que persuadir para cometer muchos de sus robos, y se hace fácilmente con la de Cyril. Le ofrece refrescos, partidas de la Play Station y un mote que sentencia su afinidad con él: “Pitbull”. Con toda esa inocencia, Cyril aprende a asaltar con un bate a un quiosquero y robarle todo el dinero. “¿Cuánto quieres que te dé por esto?, ¿500 euros?-pregunta Wes- “No quiero nada”-responde Cyril-“Entonces, ¿por qué lo haces?”-pregunta-“Por ti”. 
El robo saldría a pedir de boca, pero el hijo del quiosquero no entraba en el plan, había que atizarle también, y fue la pieza que delató al ladrón. Tras el juicio, tal acto de vandalismo queda en una indemnización y una disculpa a los agredidos por parte de Cyril. El adulto las acepta, pero no su hijo, quien le persigue y le tira piedras hasta que una de ellas le da, se cae del árbol y pierde la conciencia. Se cambian las tornas de atacante y atacado. Y aquí viene la reflexión de la película. 
Cyril recupera el conocimiento, sabe que le han perseguido, que han intentado hacerle daño, y lo han hecho. A cualquiera de nosotros que nos den con un bate de beisbol en la cabeza y nos roben la cartera, pensaremos que habrá sido labor de un desalmado. Seguramente acertemos. Pero Cyril cogió un bate, golpeó y robó porque buscaba el cariño de otra persona. Cyril no entiende de dinero ni de venganza, entiende de vacío y de sufrimiento. Entiende de búsqueda y de cariño que pedaleará siempre mientras sienta el viento en la cara, mientras sepa que cuando deje de hacer las cosas que hacen los niños, volverá a casa a tomarse un refresco, a jugar a la Play Station y a ponerse unos motes que le hacen sentirse fuerte. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario