miércoles, 30 de mayo de 2012

Raúl Guzmán: “En el libro trato de convertir a los padres en osteópatas”

Perfil

Hace ocho años que dejó colgado el blanco estereotipo de clínico serio y temeroso, y desde entonces, a las consultas prefiere llevar un pijama sanitario azul con muñecos de Disney con el que los niños llevan mejor sus visitas. Raúl Guzmán estudió osteopatía en Madrid, dos formaciones completas de esta rama y se especializó en osteopatía craneal y homeopatía, así como realización e impartición de cursos en este campo y otros más conocidos como la técnica china de la acupuntura. Una vocación que nació con el altruismo de curar el cuerpo con unas manos de dieciséis años.  Desde la adolescencia compaginaba sus estudios con el trabajo, masajes en una peluquería o en el gimnasio de barrio, sus prácticas. Desde entonces nunca ha dejado de estudiar. Hoy tiene 41 años, y hace tres que abrió la clínica VASS, con 24 profesionales del ámbito de la osteopatía y la fisioterapia, entre otras.

Sus frutos de duro trabajo para lograr la completa armonía entre músculos, tendones, huesos y nervios han devenido en la escritura de varios libros escritos por él, donde plasma técnicas pioneras en esta rama con partes adaptadas al público en general, y otras páginas dirigidas a otros profesionales para leer entre líneas. Su última publicación, editada en 2011, se titula “El cólico del lactante”. 88 páginas dedicadas a los problemas que pueden sufrir los bebés y cómo los padres pueden ser osteópatas en casa mediante técnicas básicas que Raúl explica. Para esta labor, observa qué habilidades tienen los padres para que puedan trabajar con sus hijos, comenta el autor del libro y padre de César, que acaba de cumplir 3 meses. Varios años estudiando a los más pequeños, y ahora tiene uno en brazos, un auténtico regalo.

Como proyecto de futuro, Raúl aboga por un sistema de cooperación y organización entre el conjunto de profesionales que sacan adelante una clínica del barrio de Las Tablas y, sobre todo, pretende realizar la utopía de que nunca haya alguna circunstancia que no sean capaces de tratar ellos mismos. Y siempre quedará un porvenir de indagación, estudio y lectura de otros profesionales internacionales que una vez que empieza, no acaba nunca. Siempre está aprendiendo nuevos conocimientos cuando no está trabajando o en su tiempo de ocio, algo que recalca y asegura.

Raúl Guzmán rompe con la idea preconcebida que puede suscitar todo pionero en cualquier rama científica. Le gustan los deportes: es un aficionado al pádel, siempre que su trabajo lo permite, echa algún partido con sus amigos. Y todos los días sale a correr. Hace tiempo que se cortó la coleta de rockero, un tiempo en que acudía con más frecuencia a conciertos de rock y heavy metal como los del grupo Iron Maiden. También tiene un pasado motero, y le perdura todavía esa conexión con el mundo del motor en general, cuando hasta hace muy poco conducía un Porche Carrera. Un pasado y un presente que escriben el futuro de Raúl con una vitalidad inmejorable y unos días que, aunque necesiten cinco horas más, exprimirá cada segundo para seguir con sus estudios, sus libros, el deporte, y la emoción de compartir a uno más en la familia.

lunes, 7 de mayo de 2012

No te señales con el dedo, no hables de ti, no respires


Un cirujano siempre hará bien su trabajo, ¿pero cogerá el bisturí de la misma manera si opera a su hija, al Rey, o a un desconocido para él?


Una de las asignaturas del primer cuatrimestre de este año consistía en hacer prácticas para una carrera de periodismo que empezaba, para sorpresa de muchos, en el tercer curso. Nunca antes habíamos redactado tantas crónicas, comentarios, entrevistas, reportajes y otros tantos artículos que exprimieran la creatividad que puede y debe tener un futuro periodista. Bueno, también aprendí bastante en Comunicación e información escrita. ¡Ni que el periodismo esté hecho solo de pluma! Aunque es cierto que la tinta se está agotando. Y a base de ensayos, este año nos han hecho mirar hacia la puerta del futuro, que siempre ha estado ahí, pero esta vez, subrayada. ¿Abierta? Rechina bastante, está oxidada y hay algunos que, de vez en cuando, les gusta echar el cerrojo. Pero somos nosotros los portadores de la llave maestra, y en cualquier caso, llevamos el ariete.

Sé que veinte años son canciones de cuna, lápiz con goma, varios empujones y más caídas que galardones. Todo menos experiencia. Pero puedo decir que los profesores que más quejas suscitan en el presente, son los mejor valorados en el futuro. Un caso: Pedro Sorela. Periodista, profesor y escritor, crítico, criticado y criticón. Y ¡chapó!  A la “mili” del siglo XXI en Ciencias de la Información. Si no nos espabilan ahora, no espabilaremos nunca. Y si no despertamos los periodistas, no despertará el periodismo. Vamos a cambiarlo.

Él habla de una sociedad construida sobre el egocentrismo del “mirarse el ombligo”. Y yo pienso en una sociedad, sin más complejidad ni estudio que el de un conjunto de seres humanos con el ego en la sangre. Entramos en el Romanticismo, y aun no hemos salido. “¿Por qué en la retransmisión de los juegos olímpicos tienen que interrumpirse los cien metros lisos de los más rápidos del mundo para ver un salto de pértiga de un español?”, se pregunta.

De la misma manera que existe Telemadrid, para hablar de Madrid a (pero sin) los madrileños; Castilla-La Mancha Televisión a los manchegos; CanalSur a los andaluces; TV3 a los catalanes; TVG a los gallegos, etc. ¿Se mira el diario Gara el ombligo?, ¿barre para dentro el diario Sport? Más allá de ombligos con estatutos. ¿Es objetivo Intereconomía?, ¿y el diario Público?, ¿es imparcial Federico Jiménez Losantos o, por poner tonterías, Juan Ramón Lucas con su Atlético de Madrid? Y hablando de fútbol, ¿por qué la sección de deportes es una proporción: Madrid-Barça 90% - resto de deportes 10%? Y más lejos todavía, ¿por qué un juez que se levanta con el pie izquierdo mete a un ladrón de bolsos ocho años a la cárcel, mientras que un chorizo millonario con el mote de “alcalde” no pisa la sombra? Curiosa cuestión.

El dicho del huevo y la gallina, visto está que vale para todo. ¿Son los medios los que se adaptan a la audiencia, o esta última la que reclama unos contenidos? Sea cual sea la respuesta, parece que la gente siempre escucha lo que quiere oír, porque Losantos, el diario Gara o Telemadrid ponen los acentos en los insultos adecuados.

Pero para llegar a la raíz de este dilema del principio de causalidad, es necesario remontarse a muchos procesos de interrelación personal. Yo no he escudriñado reflexiones de nadie, pero sabemos a ciencia cierta que somos egoístas por naturaleza. Creo que no hay personas más egoístas que otras, sino un control más o menos llevadero de ese pecado inherente que corre por las venas. Un ejemplo: Yo soy un empresario, mi empresa va mal, y decido bajar el sueldo a mis empleados antes que ganar un duro menos al mes. Otro ejemplo: Yo soy un voluntario de una fundación que se encarga de realizar terapia con caballos a niños discapacitados, y voy cuatro días a la semana sin cobrar nada.

El primer ejemplo muestra un egoísmo primario y claro. El segundo también es egoísmo, porque es la misma satisfacción, la misma complacencia. ¿La diferencia? A partir de quién empieza esa felicidad.
Puesto que, hasta Teresa de Calcuta sentía esa necesidad aristotélica de ser feliz, es imposible que exista la expresión: “mirarnos el ombligo”, y más aún, cuando todos tenemos el mismo espíritu empresario y todos los días se compra y se vende la euforia, la nostalgia, el pesimismo, y demás emociones de porcelana a precio de fábula.

jueves, 3 de mayo de 2012

El niño de la bicicleta


Los odiamos, pero nos defienden, aunque también atacan. Los llevamos encima, nos engañan, nos cautivan, nos aciertan, nos equivocan, los prejuicios.



Se escapa del centro de acogida. Su inocencia no sabe que se ha ido para siempre, o la necesidad de cariño no quiere reconocérselo. Cyril corre delante del director y tras la estela de su padre al que pretende encontrar en su piso, abandonado. En el mismo edificio, y agarrándose fuertemente a ella, conoce a Samantha, una peluquera que cae rendida a los encantos de ese chico de 11 años que va rasgando con las uñas que le quedan cada trocito de familia. Ella encuentra su bicicleta, un bonito recuerdo, un regalo, y encuentra un espacio en su casa donde Cyril puede pasar los fines de semana sin necesidad de darse a la fuga. Pero no lo consigue. 
El pequeño sigue tras la busca de su padre siguiendo inteligentemente el rastro que pudo haber dejado, hasta que da con su paradero. Llega el momento en que el nerviosismo, la pasión y el esfuerzo no dejan espacio a los latidos de un corazón tan joven. Si alguien te da la vida, son tus padres, la familia. El corazón de 11 años explota al oír: “No volveré a recogerte”, “no volveré a llamarte”. Desolador. El mundo pesa más cuando te quitan las ganas de escaparte y recorrer largas distancias solo para que te den un abrazo, pero Cyril tiene hambre de esperanzas y continúa en busca del calor de alguien que le quiera. 
Wes es uno de los traficantes del barrio que busca mentes ignorantes a las que persuadir para cometer muchos de sus robos, y se hace fácilmente con la de Cyril. Le ofrece refrescos, partidas de la Play Station y un mote que sentencia su afinidad con él: “Pitbull”. Con toda esa inocencia, Cyril aprende a asaltar con un bate a un quiosquero y robarle todo el dinero. “¿Cuánto quieres que te dé por esto?, ¿500 euros?-pregunta Wes- “No quiero nada”-responde Cyril-“Entonces, ¿por qué lo haces?”-pregunta-“Por ti”. 
El robo saldría a pedir de boca, pero el hijo del quiosquero no entraba en el plan, había que atizarle también, y fue la pieza que delató al ladrón. Tras el juicio, tal acto de vandalismo queda en una indemnización y una disculpa a los agredidos por parte de Cyril. El adulto las acepta, pero no su hijo, quien le persigue y le tira piedras hasta que una de ellas le da, se cae del árbol y pierde la conciencia. Se cambian las tornas de atacante y atacado. Y aquí viene la reflexión de la película. 
Cyril recupera el conocimiento, sabe que le han perseguido, que han intentado hacerle daño, y lo han hecho. A cualquiera de nosotros que nos den con un bate de beisbol en la cabeza y nos roben la cartera, pensaremos que habrá sido labor de un desalmado. Seguramente acertemos. Pero Cyril cogió un bate, golpeó y robó porque buscaba el cariño de otra persona. Cyril no entiende de dinero ni de venganza, entiende de vacío y de sufrimiento. Entiende de búsqueda y de cariño que pedaleará siempre mientras sienta el viento en la cara, mientras sepa que cuando deje de hacer las cosas que hacen los niños, volverá a casa a tomarse un refresco, a jugar a la Play Station y a ponerse unos motes que le hacen sentirse fuerte.