Un acordeón sienta las bases de
la melodía circense. La trompeta deja de ser un instrumento para convertirse en
un símbolo con la tonalidad menor de un compás de tres por cuatro. Pinchamos
los palos, o los “muertos” que llaman, y que posteriormente levantarán la
mítica tela que recubre el escenario de la farándula, el espectáculo del día en
Dios sabe dónde, porque un día es aquí, y mañana en el quinto pino. Y así
eternamente, porque tu padre te repite esas cosas del destino: “el gato bebe
leche, el ratón come queso, y tú, al igual que yo, eres un payaso”.
Selton Mello es uno de tantos sorprendidos
cuando, por primera vez, descubre que en España se habla del arte del doblaje,
y que O Palhaço, rodada en Brasil y
en portugués, se convierte en “El Payaso” para todos aquellos que tuvimos la
oportunidad de ver este preestreno, y de los pocos que vienen de este país.
Este director y actor encarna a Benjamin, hijo del dueño de un circo de los
años setenta que deambula por Minas Gerais, la que fuera capital del oro
durante los tiempos del colonialismo. Benjamin se encarga de sacar las sonrisas
a los niños, a los mayores, también al alcalde del pueblo, y a su mujer. Las
mismas risas una y otra vez, la contramedicina del humor, que siempre exige la
brevedad, la originalidad y esa primera vez para todo, ni siquiera dos, o nos
olvidaremos de las carcajadas y de los aplausos.
Esta primera vez lo es para cada
alcalde y cada niño de cada pueblo de Brasil, pero no para Benjamin, quien sabe
que esa vida no está hecha para él, le espera otro mundo por descubrir, conocer
el amor y poder dormir todos los días en una misma cama. Está dispuesto a
hacerlo y se lanza a la aventura, más bien desventura, pues se baja del carro
feriante para arrancarse su nariz roja y la peluca. Ahora quiere ponerse
corbata, peinarse a raya y expedir documentos con ese desagradable estereotipo
del personal de administración. Se terminó esta payasada.
Selton dice que el arte es
subjetivo, no miente, y muchas veces se comparte. De hecho, tirando de
filosofía sabemos que las cosas que queremos parten del egocentrismo inherente
a la raza humana. Siempre queremos lo que no tenemos, ya tengamos 8 años u 80,
muy pocos son conformistas. Benjamin se encargaba de arrancar las sonrisas, pero
nadie se las arrancaba a él, ni siquiera el vodka llegó a tal milagro. Son
estos milagros los que nos hacen volver a casa después de recapacitar, incluso
esa casa nómada sin rumbo fijo. No sabremos cuál es nuestro sitio, pero sí
sabremos cuáles no son después de vivirlos.
El gato bebe leche, el ratón come
queso, y tú, tú eres todas las cosas y ninguna a la vez. Que para eso hay
tantos tipos de ventiladores. Tantos para cada tipo de viento que los zarandee.