¡ARGODERSE!: UNA HUIDA DE PELÍCULA
Ben Affleck me recuerda a
aquellos tebeos donde tenías que buscar a “Wally” entre una marabunta de gente
que veraneaba en la playa, o disfrutaba en un parque de atracciones. Es de una ardua
labor distinguir en cada escena en qué momento habla un agente de la CIA, y
cuándo la pared del fondo. Sin embargo, pese a que su frondosa barba oculte
unos rasgos ya petrificados, sí me dejó de piedra la tensión y la incertidumbre
con la que se comparte una huida tan arriesgada. Quizás esa empatía la sufran
más quienes han intentado entrar en una discoteca o comprar alcohol con un DNI
falsificado y les haya entrado ese sudor frío por temor a ser delatado, pero en este caso, multiplicado por cien.
El suspense lo interioriza el
director desde el principio hasta el final: desde la entrada de los
manifestantes iraníes a la embajada norteamericana, hasta una intangible
persecución policial a un mismo avión a punto de despegar. La historia no está
inventada, está vivida, recordada, y aquí, filmada. La resolución poco definida
en pantalla acompaña a la calidad con la que se relataban las historias en los
años 80, el 4 de noviembre de 1979, cuando empezó la revolución de unos
estudiantes iraníes que rodearon y ocuparon la embajada del gobierno que les
oprimía. De los 72 trabajadores del edificio, solo 6 consiguieron huir y
refugiarse en la residencia del embajador canadiense. La opción de conseguir
seis identidades falsas estaba en la idea del un miedoso Carter, así como un
plan de huida en bicicleta, un Dakar
de 500 kilómetros hasta la frontera que se quedó en simple idea de una misión imposible.
La idea salió del propio Toni
Méndez, Affleck, como hipotético guionista de ARGO, una película de ficción que
se rodaría en tierras iraníes y que serviría de tapadera para rescatar a los perseguidos.
Una historia de naves espaciales que recuerdan mucho a la Guerra de las
Galaxias, con una trama sencilla y recurrente, lo cual no importaba, estaba
hecha para fracasar. Y el proyecto se hace posible gracias a dos peces gordos
del mundo cinematográfico, Alan Arkin, como Lester Siegel, y John Goodman, como
John Chambers, el tándem humorístico que
contrarresta con un final de película abstracto para aquel que no conociera la
historia real.
Que se haga una película basada
en hechos reales no implica una fidelidad absoluta en una de las ramas del
arte. Una película es perfectamente interpretable. El conflicto del año 1979,
que se prolonga hasta día de hoy con la crisis nuclear, lo conforman dos
bandos: el iraní, y el estadounidense. Y como tal, habrá partidarios de la
causa iraní, y de unos pobres funcionarios, como quiere mostrar en esta
película Ben Affleck, director de la misma.
El modo de vida callejera iraní,
su intransigencia, costumbres estrambóticas, cinismo, su frialdad, el carácter,
una desconfianza que, sea real o no, Affleck la transmite. Y desde luego, a uno
se le quitan las ganas de viajar a este país. Es posible que pocos iraníes vean
cine americano tan provocador, aun cuando no se puede tocar la figura de
Mahoma, sagrado e irrepresentable. Sin embargo, este “ataque” indirecto no
supone más que llorarle un par de gotas al mar, algo insignificante.
ARGO es un tema de moda de
película dentro de película. Una exaltación de la perseverancia y poderío que
tiene y se hace tener el coloso norteamericano y de las relaciones con su
vecino del norte. Una película con final feliz, donde no muere nadie, aunque la
trama esté hecha para que cuestiones la vida en el momento más inesperado.