jueves, 1 de noviembre de 2012

Crítica de ARGO


¡ARGODERSE!: UNA HUIDA DE PELÍCULA


Ben Affleck me recuerda a aquellos tebeos donde tenías que buscar a “Wally” entre una marabunta de gente que veraneaba en la playa, o disfrutaba en un parque de atracciones. Es de una ardua labor distinguir en cada escena en qué momento habla un agente de la CIA, y cuándo la pared del fondo. Sin embargo, pese a que su frondosa barba oculte unos rasgos ya petrificados, sí me dejó de piedra la tensión y la incertidumbre con la que se comparte una huida tan arriesgada. Quizás esa empatía la sufran más quienes han intentado entrar en una discoteca o comprar alcohol con un DNI falsificado y les haya entrado ese sudor frío por temor a ser delatado, pero en este caso, multiplicado por cien.

El suspense lo interioriza el director desde el principio hasta el final: desde la entrada de los manifestantes iraníes a la embajada norteamericana, hasta una intangible persecución policial a un mismo avión a punto de despegar. La historia no está inventada, está vivida, recordada, y aquí, filmada. La resolución poco definida en pantalla acompaña a la calidad con la que se relataban las historias en los años 80, el 4 de noviembre de 1979, cuando empezó la revolución de unos estudiantes iraníes que rodearon y ocuparon la embajada del gobierno que les oprimía. De los 72 trabajadores del edificio, solo 6 consiguieron huir y refugiarse en la residencia del embajador canadiense. La opción de conseguir seis identidades falsas estaba en la idea del un miedoso Carter, así como un plan de huida en bicicleta, un Dakar de 500 kilómetros hasta la frontera que se quedó en simple idea de una misión imposible.

La idea salió del propio Toni Méndez, Affleck, como hipotético guionista de ARGO, una película de ficción que se rodaría en tierras iraníes y que serviría de tapadera para rescatar a los perseguidos. Una historia de naves espaciales que recuerdan mucho a la Guerra de las Galaxias, con una trama sencilla y recurrente, lo cual no importaba, estaba hecha para fracasar. Y el proyecto se hace posible gracias a dos peces gordos del mundo cinematográfico, Alan Arkin, como Lester Siegel, y John Goodman, como John Chambers, el  tándem humorístico que contrarresta con un final de película abstracto para aquel que no conociera la historia real.

Que se haga una película basada en hechos reales no implica una fidelidad absoluta en una de las ramas del arte. Una película es perfectamente interpretable. El conflicto del año 1979, que se prolonga hasta día de hoy con la crisis nuclear, lo conforman dos bandos: el iraní, y el estadounidense. Y como tal, habrá partidarios de la causa iraní, y de unos pobres funcionarios, como quiere mostrar en esta película Ben Affleck, director de la misma.

El modo de vida callejera iraní, su intransigencia, costumbres estrambóticas, cinismo, su frialdad, el carácter, una desconfianza que, sea real o no, Affleck la transmite. Y desde luego, a uno se le quitan las ganas de viajar a este país. Es posible que pocos iraníes vean cine americano tan provocador, aun cuando no se puede tocar la figura de Mahoma, sagrado e irrepresentable. Sin embargo, este “ataque” indirecto no supone más que llorarle un par de gotas al mar, algo insignificante.

ARGO es un tema de moda de película dentro de película. Una exaltación de la perseverancia y poderío que tiene y se hace tener el coloso norteamericano y de las relaciones con su vecino del norte. Una película con final feliz, donde no muere nadie, aunque la trama esté hecha para que cuestiones la vida en el momento más inesperado.